
- Camila, cuéntame por que lo hiciste.
- Había llegado del trabajo más temprano que de costumbre. Estaba cansada como todos los viernes, entré en el departamento que habíamos comprado hace poco para no separarnos jamás, lancé lejos mi cartera y solo pensaba en quitarme mis zapatos, la falda y esa blusa que tampoco le gustaba, pues decía que me veía más vieja.
Mi uniforme de trabajo me tenía muerta de calor en aquel día de octubre, y casi por instinto, caminé hacia la cocina por un vaso de agua, en el camino vi el desorden habitual y por lo mismo no puse mayor atención. Después de todo, yo también dejaba mi ropa interior en cualquier lado cuando nos dedicábamos a amarnos, pues éramos tan…
- ¿te arrepientes?
- Fui a nuestro cuarto con el vaso ya casi vació en las manos, para ponerme esa polera vieja color naranja con la que me conoció. Aun recuerdo ese día, parecían miradas de quinceañeros.
- En eso momento… viste todo, ¿cierto?
- Éramos tan felices. No entiendo por que me cambió por… ¡esa mierda! Te juro que no me pude contener. Verlos en nuestra cama abrazados, él con las sabanas por debajo de su ombligo y ella con sus pechos cubiertos por una especie de camisa. Era una mezcla extraña de rabia, decepción, pena tal vez, no se. Y lo hice. No estaba en mi en ese momento, fue como reventar de odio en unos segundos de frenesí. Lancé el vaso no recuerdo para donde, corrí hacia la cocina, busque un cuchillo y como sabia lo que iba ha hacer, no vacilé en que fuera el más grande.
- ¿él te dijo algo?
- Maldije como nunca antes a esa asquerosa pareja de amantes. Gritaba no se que cosas contra ambos, pues nunca hubiera pensado que ellos me harían esto. ¿Dónde quedo el amor que decía tenerme?, ¿y la amistad de toda una vida? ¡¿Donde?!, ¡se la pasaron por su asquerosa raja! ¡Que se vallan a la mierda los hijos de puta!
- Recuerdo que a ella, Andrea, le corría sangre por su frente, tal vez fue el vaso que estaba destrozado en la alfombra del cuarto, mientras que Martín me pedía calma intentando con sus manos evitar el filo helado del metal. En ese momento, mientras pasaban unos segundos eternos para mi, intenté contenerme al mismo tiempo en que Martín asistía a Andrea, pero al ver su torso denudo reaccioné sin pensar y me abalancé sobre él.
- ¿te arrepientes? Dilo, por favor.
- Tres estocadas y una de ellas en el corazón.
- Camila, ¡dilo!
- Solo bastó empezar para no detener mi cometido. Observé como las lagrimas de Andrea, ubicada en el rincón, se dejaban caer por su mejilla corriendo la pintura de sus ojos y que en acto coordinado entrecortaban su respiración.
- Era el turno de Andrea.
- Pero si estabas llorando, ¡¿por qué lo hacías?!
- Ellos compartieron…
- ¡¿Por qué mierda?, Camila!
- ¡¿Por qué?!
- Vi a Andrea en el rincón, a un costado de la cama, me acerqué a su cuerpo y le susurré al oído: “¿por qué lo hiciste, mi amor?”