viernes, 2 de febrero de 2024

ALERTA SANTIAGO

Gente está tirando besitos desde los paraderos al interior de la micro.
Precaución.

martes, 8 de febrero de 2022

Desconfía

 De las personas que desconfían de los que no le gustan los Beatles.

martes, 6 de abril de 2021

Sergi alguna vez dijo

Mañana hará 40 años que soy trombonista. La tarde del 23F de 1981, me compraba el primer trombón de mi vida. Tenía 15 años. Había descubierto que el jazz y la música hippie de todo pelaje me enamoraban y pensé que el trombón me daría más juego para tocar por ahí, así que compré un Conn “Director”, un trombonete barato pero de buena marca con el que apenas un año y medio después, incomprensiblemente, empecé a trabajar como profesional. Mientras lo probaba, en la radio de la tienda contaban lo del Congreso, así que ultimamos rápidamente la transacción y salí de allí con el trombón a la espalda sin sospechar que había comprado mi principal fuente de ingresos de las siguientes tres décadas. Toqué muchos años el trombón tenor y me gané bien la vida: entonces no éramos tantos y había mucho trabajo. Como doblaba tuba y me ponían de trombón 4 en todas las big bands, pronto me compré un trombón bajo y acerté: fui el único tocando moderno durante muchos años en este rincón del mundo. De hecho, hace años que vendí mi último tenor y hoy en día sólo conservo mi viejo trombón bajo, un Bach 50, y ya no habrá ninguno más.

Antes del confinamiento apenas hacía ya bolos como instrumentista. El relevo generacional que vive un músico freelance de metal es implacable: lo vi con la generación anterior a la mía, así que lo tenía asumido y lo llevo con fair play. Y tal como está el patio no parece probable que vuelva a tocar de manera regular y ya no hablemos diaria como antaño. Por fortuna sigo en el gremio pero lucho en otros frentes: arreglo, dirijo big bands, enseño. Soy un tipo con suerte. Pero yo soy trombonista, si hay algo que soy por encima de todo es eso. Cuando dirijo un ensayo de big band, en el descanso me voy al corrillo de los trombonistas; cuando monto el escenario de la big band del Liceu en la cafetería y me quiero sentar un minuto a descansar, me siento en la silla del trombón bajo como puro acto reflejo; cuando miro una melodía en un pentagrama la “digito” moviendo la mano, como tocando una pequeña vara imaginaria. Siempre me invitan a las comidas anuales del departamento de trombón jazz de la Institución: vengo a ser como la Reina Madre, no mando nada de nada pero soy muy decorativo: ellos me ven trombonista y no saben cómo se lo agradezco. Cada dos por tres sueño que toco o que voy por la calle con mi trombón a la espalda. Soy trombonista desde hace 40 años, mañana se cumplen, y me moriré siéndolo, haga tocatas o no.