Como si la sala blanca no bastara, el olor a hospital se calaba por las puertas y cortinas del lugar para recordarme donde estaba. Caminé por los pasillos hasta llegar a tu puerta, la 303, lo recuerdo por que ese bus había tomado aquel día para visitarte. Estabas pálida pero con animo.
No quería saberlo o tal vez no debía, pero como si ya supiera la respuesta te pregunté si morirías, eso si, esperando que me mintieras.
Era raro, pero en ese momento descubrí la felicidad que me daban tus mentiras, entendí por que me lo ocultabas, no querías verme así. Esa felicidad tan falsificada, tan mentirosa, al fin y al cabo me hacia feliz ¿A caso valía menos? ¿tenía menos mérito? ¿a caso importaba? Por algún momento justifiqué todas tus mentiras.