Aquel día fue defecado como todos los mortales que parecen humanos, fue un parto extrañamente normal. Cuando llegó al mundo solo pasaron cinco segundos y una limpieza rápida de restos de placenta para tomar sus cosas y partir a cumplir su fin.
Movió sus alas para no saber nada sobre sus ¿padres?, pues tenia plena conciencia de que ataduras sentimentales impedirían algunos cometidos.
Partió el gran viaje.
En una de sus paradas, llegó por casualidad a los túneles que cavaban esos cerdos viscosos, contempló en su máximo esplendor un sol que solo se podía encontrar en ese mundo. Su acompañante temporal, una horrenda polilla, comentaba con un puerco de habano las cosas que realmente son mientras él, dentro de la gran excavación, ponía atención a los comentarios. Precisamente ese sol no lo era lo que creía.
Por otro lado, se sabía que los seres de los túneles: cerdos, polillas, peses de tierra y muchos otros… incitaban a compartir tasas de té a sus visitas, se les conocía como los mejores anfitriones a la hora de recibir nuevos moradores en sus túneles de tierras húmedas y mal olientes.
Gracias a las conversaciones de los peses de tierra que caminaban por ahí cerca supo cuanto medía el universo, fue increíble dar cuenta que era tan pequeño como para caer en su mano.
Se alojó en los túneles por poco tiempo, unos 20 años (según mis cálculos que siempre son erróneos) y aprendió.
La amistad que forjó con la horrenda polilla era tan grande y pura que no dependía del tiempo ni del espacio. Así partieron los dos, él viajando y ella a un costado con su aleteo incesante.
El tiempo pasó y nunca supe ni me importó saber si fueron tres meses o tres minutos, pero al cabo de ese tiempo ya habían llegado a las profundidades del mar. Antes de entrar a las tranquilas aguas la polilla confesó no poder seguirlo, pues su cuerpo no podría resistirlo, por ello él sacó de su bolso una vela, la prendió y bañó a su acompañante con la cera derretida. En un principio fue incomodo para la polillita, pero se logró acostumbrar bastante bien. Su libertar al andar se notaba no en ella, sino que en las expresiones de los demás.
Ya en el mar conocieron a Luar y a su esposa. Luar era un joven pulpo y su novia una sombra, ellos se conocieron en el bosque más cercano al mar, a unos 80 años a paso de crustáceo minusválido (en aquel tiempo no existían las distancias físicas, todo se media con el tiempo). Al pulpo, muy consecuente, nunca le agradó vivir en el bosque, era todo tan extraño decía, y tenia razón ¡los pájaros hacían sus casas con ramas y hojas sobre los árboles! A pesar de todo les recomendó visitar a su hermano que aun vivía entre los árboles, solo les dijo que buscaran al de sombrero rojo y que le llevaran un regalo, el pulpo le pasó a la polillita un poco e aire como obsequio para su pariente. Partieron… Por lo que pude ver todo esto pasó en 15 años de humano normal, pero el humano normal de estos lugares es muy diferente al que conocemos habitualmente.
Viajando hacia el bosque, la polillita no daba más de cansancio, la esperma ya había casi desaparecido, en ese momento él saca a tirones de su bolso sus propias alas para reemplazárselas a la polillita, aquel fue uno de los actos más nobles, él dejaría de volar con sus enormes alas por el cariño hacia su cómplice. Sin duda no era extraño pero llamaba la atención ver a una polillita con alas exageradamente grandes.
Ya entrando en el espeso bosque, solo se podía ver oscuridad a pesar del sol que se asomaba por entre las ramas. La horrenda polilla propone a él incinerar sus pequeñas alitas para tratar de distinguir las raíces de aquel templo verde, aceptó a regañadientes, pues era necesario verlo a pesar de no tener ojos. A penas se le acercó el fuego a las alitas una llama iluminó todo el lugar, desde ese día esa luz nunca se apagó y fue su nuevo farol, sin duda las alas y la esperma trabajaban en equipo. Ya desplazándose con la luz adecuada repararon en un pequeño detalle, todos usaban sombrero rojo. Preguntaron a un hongo que al parecer estaba borracho si conocía a alguien de sombrero rojo, con sorpresa el champiñón se animó y solo comenzó a caminar, él y la polillita solo atinaron a seguirlo.
Con ahínco le daba la bienvenida un vecino del lugar, su forma era indefinida, no se distinguía donde empezaba o acababa su cuerpo si es que lo tenia. Inmediatamente después de saludar a la comitiva pedía su porción de aire que le regalaba su hermano, Luar. La polillita accedió y sintió por un momento un peso menos encima, pero solo por un momento.
El hermano de Luar los convidó a quedarse un tiempo en su morada, así la pareja pudo aprender de todas las bondades del bosque, las historias y desde cuando que eran hermanos Luar y Luer, a pesar de que venían de los mismos padres, no fueron hermanos toda su vida.
Nunca nadie le preguntó a la pareja para donde iba y de donde venia y esta tampoco fue la ocasión.
Muy gratos por la hospitalidad de las gente del bosque, la pareja emprende nuevamente camino, ahora hacia donde Luer les recomendó. La polilla batía y batía sus alas, él preparaba el fuego para guardarlo en su bolso y era hora de partir, la polillita lo tomó de la espalda y volando abandonaron el lugar. Nunca supieron si era cierto lo que decían, qué dentro de cada árbol vivían seres y que en los troncos más antiguos había hasta civilizaciones completas.
Volaron y volaron hasta llegar a las nubes, pero para sorpresa de ellos, era solo eso, nubes. Por lo mismo continuaron volando de la misma forma, él sujetado por la polillita de enorme alas.
En algún momento del viaje leyeron un cartel que decía “usted está muy lejos” eso le hizo cuestionar su origen, pues desde donde él venía no se podía distinguir lo que era lejos o cerca.
Por cosas de la vida, o en este caso, por cosas de las cosas, llegó a un lugar que a diferencia de los otros, encontró muy extraño. Nunca aprendió a leer, pero recuerda haber leído libros que citaban a ese lugar como un paraíso; nunca aprendió a volar, pero llegó hasta allá moviendo sus alas; nunca supo si tenia pies, aun así caminó por túneles; nadó más que cualquiera sin tener escamas ni traqueas; de vez en cuando utilizó sus pulmones para que no se atrofiaran; no recordaba haber nacido y para qué hablar si había existido, a pesar de todo hizo lo que tenía que hacer. Hizo y era hora de volver.